Entonces, con lento ademán, se la acerca a los ojos y trata de leerla. No tengo prisa, hay tiempo de sobra, se dice presa de una extraña seguridad, como si por fin todo le estuviera permitido: como si no tuviera que mostrarse cortes, ni cumplir las reglas ni el protocolo, como si ya no fuera necesario apresurarse, decir galanterías o interpretar el papel de caballero refinado. Es uno de los momentos en que la vida echa por tierra los tratados, en que las reglas del juego pierden validez. Y darse cuenta de ello resulta un tanto humillante, pero también conforta en cierta manera. Es posible que un loco se sienta a sí en el instante inicial, cuando la razón se separa del mundo del orden y las leyes conocidas. Ahora podría sentarme en el suelo y quitarme los zapatos-piensa.
(Sándor Marai, La Gaviota pp.26).
De esta novela que recién comienzo a leer considero pasajes notables, bueno en general como en todos las obras que he leído de Marai. Cuando las construcciones personales, que nos sirven para dotar de sentido y sobreponernos a las situaciones muestran su ahora evidente fragilidad, cuando caducan ante el hecho que aparece inesperado a contra corriente de la conciencia habitual.
-----Porque quiero a mi humanidad me apuro, me encierro y me expando, pienso, pienso en el presente, martirizo a mi ego procurando que brote el manantial más puro de mi conciencia y de mi intuición. Pienso en mi género, pero primero en mi humanidad y mi pensar la humanidad emana desde mi género, desde este ser mujer que es una vivencia en rebeldía constante y la vida se vuelve una pregunta. Transitar por caminos internos, buscar las huellas de aquellas que abrieron senderos, y también abrir otros nuevos, reconocer las señales, reconocer las luchas, reconocer los despertares, reconocer las etapas de cada despertar. Y cargar con el peso transgeneracional de una historia, cargar lo invisible, cargar lo insostenible...y luego liberarse y luego no retroceder y reconocer las señales y avanzar----. GG.