La elaboración meta-racional de la cultura, que bajo los designios del positivismo iluminista se separó de la bios y ahora, en los albores de la profundización del paradigma complejo retorna investida de cognición, de mente in-corporada (en-carnada) y de experiencia sensible como condición para el intelecto y el conocimiento, ha sido clave en el ejercicio heurístico de comprendernos como especie en su complejidad bio-física y meta-física; el ser humano y la persona.
En el desafío humano de entender las dinámicas del mundo de fenómenos que nos envuelven y nos constituyen como personas-en-sociedad, la comprensión ha tomado caminos variados, vaivenes propios de cambios paradigmáticos muchas veces orientados por intereses y dinámicas propias del poder político y económico en distintas épocas históricas. El concepto de raza es un claro ejemplo de ello. El evolucionismo de fines del siglo XIX generó evidencia para fundamentar la supremacía blanca por sobre los otros grupos humanos (S/XVIII: Lineo, Blunembach; S/XIX: Morton, Nott y Giddon entre otros hombres de ciencia). Este sesgo, usado para justificar la colonización violenta de territorios transcontinentales, la esclavitud, la emergencia y consolidación de las élites sociales del primer mundo, influenció también la generación de conocimiento en las ciencias naturales y sociales modelando el conocimiento social y de sentido común teniendo graves consecuencias en las formas de convivencia social y los mundos de la vida de miles de personas, hasta mediados del siglo XX.
La creencia en una unidad psicobiológica-cultural dominó gran parte de este periodo, dando pie a políticas eugenésicas amparadas en leyes que prohibían la mezcla entre razas, segregaban la convivencia entre blancos y afrodescendientes, promovieron esterilizaciones masivas, entre otras.
En este contexto es preocupante la fragilidad de la memoria y/o la construcción social del olvido. Un argumento de la socio-biología es que el etnocentrismo, la xenofobia y el racismo son rasgos biológicos y connaturales al ser humano, es decir, que la discriminación presente en los distintos grupos humanos, tendría una base instintiva grabada en su naturaleza.
Desde la antropología este planteamiento tiene un contrapunto en los supuestos de que toda cultura es absoluta para sí misma y el sentido común es etnocéntrico por naturaleza; en otras palabras, toda cultura tiende a universalizar sus propios presupuestos e interpretaciones de la realidad, pero de la misma forma en que los grupos de individuos naturalizan aquello colectivamente creado, todo grupo puede desarrollar el ejercicio reflexivo de de-construir estas naturalizaciones. El concepto de cultura como construcción sociocultural nos brinda los argumentos y la evidencia que constata la diversidad de preferencias e inclinaciones naturalizadas como el gusto por ciertos alimentos, vestimentas y alianzas reproductivas y esa capacidad y cualidad propia de nuestra humanidad de formarnos como personas y como seres humanos en las trayectorias de aprendizaje a partir de la interacción en distintos contextos sociales.
Esta discusión y debate nos desafía a profundizar sobre la condición maleable de nuestra especie. La separación analítica de biología, psiquis y cultura, como legado de la era de la simplificación. Señalar que estas distinciones sólo son asequibles en la comprensión de estos fenómenos y su interrelación, es decir, en la conciencia de la complejidad de la configuración de la persona en comunidad linguística-social, a partir de la evidencia que se ha generado históricamente. A su vez, el ejercicio de superación de los etnocentrismos sólo es posible si somos capaces de hacer conscientes los procesos de endoculturación(socialización) por medio de los cuales son internalizados los sistemas simbólicos que, como mecanismos de adaptación, se presentan naturalizados y/o normalizados a nuestras experiencias.
La dicotomía naturaleza y cultura, cuerpo y razón, propia del reduccionismo fisicalista permitió comprender estas dinámicas imbricadas en la realidad fenoménica, que el conocimiento sesgado del racismo confunde y trasciende hasta nuestros tiempos en la discusión de la factibilidad del uso del concepto de raza.
La dicotomía naturaleza y cultura, cuerpo y razón, propia del reduccionismo fisicalista permitió comprender estas dinámicas imbricadas en la realidad fenoménica, que el conocimiento sesgado del racismo confunde y trasciende hasta nuestros tiempos en la discusión de la factibilidad del uso del concepto de raza.
En ello reside la preocupación por la maleabilidad de naturaleza humana: La comprensión de su propia construcción -del llegar a ser persona- reside en la comprensión de la construcción de un proceso en el cual se elabora la cultura, en un acervo de conocimiento profundo y finalmente solamente anclado en sí mismo, sin marcadores genéticos, sin rasgos heredados. Modelado por una intención que tal vez es convicción; la convivencia humana, ¿es esta una intención que explora la supervivencia de la especie?, ¿supervivencia de lo humano-persona?. Tal vez la cultura y el ejercicio intelectual y emocional que nos permite comprenderla es una estrategia arraigada en nuestra naturaleza, un marcador cultural necesario para el continuo evolutivo en otra era; una era en que la construcción de una ética planetaria, por sobre el uso de la razón instrumental, sea el eje de los proyectos de desarrollo.
G.Garcés, agosto 2017