Silencio agorero.
Era una mañana soleada
de invierno en la ciudad de los tres pisos humeante a leña de monte y vapor de veredas
escarchadas. La luz dibujaba caricias de distinta intensidad en los techos de
casas, almacenes y molinos, el musgo reverdecido
aparecía entre las grietas de los techos
y muros, y más allá en los cerros una bandada de jotes sobrevolaba los
fragmentos de un bosque muerto. La ciudad adormecía y el bus bajó serpenteando
las avenidas de Pedro de Valdivia y Ercilla, al llegar a calle Almagro un perro acostado en medio de la
calzada, inmóvil y desafiante esquivó apenas al bus. Abajo arrodillado,
el río Imperial transmutando en espejos recita en
silencio historias sumergidas de lo muerto y lo viviente, y abrazando a la ciudadela de los vestidos rotos, le susurra
que espere a los kultrunes, a los pies descalzos y a los lingues.
Gabriela Garcés, 2016, Carahue.
1 comentario:
potente, quedé sumergida en la atmosfera
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